El día que recibí la noticia cumplía seis semanas de estar saliendo con alguien. Juntos habíamos decidido hacernos la prueba. Por razones del destino, nuestras agendas no coincidieron. Mi pareja se haría la prueba en la mañana y yo por la tarde.
No tenía de qué preocuparme. En mis 25 años procuré tener relaciones estables y, en la intimidad, procuré cuidarme. Usé condón, y las pocas veces que no, pues mantuve una comunicación muy cercana con la persona. No había razones para desconfiar… O al menos eso pensaba.
Atleta y con buenas calificaciones, mi vida gira en torno de mis relaciones personales y mi profesión. Solo pensaba en cuidar mi salud cuando pasaba por alguna gripa o cuando debía asistir al dentista o alguna jornada de vacunación. Soy el menor de cuatro hermanos y, salvo algunos problemas de visión que acarrearon el uso de gafas desde los seis años, nos distinguimos por ir una o dos veces por año al médico.
El 14 de mayo de 2019 me levanté temprano para irme a trabajar. De las dos horas de almuerzo, tomé 50 minutos para comer y salí al centro médico para hacerme la prueba rápida del VIH. Llegué a la 1:00 p.m. Me quedaba una hora para hacérmela y no había gente en sala de espera, solo una enferma, con carpeta en mano, hacía el registro.
-Buenas tardes, vengo a hacerme la prueba rápida del VIH.
-¿Existe algún motivo para hacerse el examen?
-Solo para descartar. Hace poco comencé una relación y quisimos asegurarnos antes de ir más allá.
La enfermera terminó de escribir algo que no vi en papel y tomó la muestra. Esperé algunos minutos, la misma enfermera salió de un consultorio y me invitó a pasar para conversar con un doctor. Entré, la enfermera no se quedó y cerró la puerta. Comenzaron a sudarme las manos.
-¿Cómo estás? –dijo el doctor con una sonrisa en su rostro. Sus brazos estaban sobre una carpeta amarilla que reposaba sobre el escritorio y que tenía escrito mi nombre.
-Nervioso –le contesté. Aunque me extrañaba que me invitaran a conversar con él, su expresión me causó cierta tranquilidad.
-Estoy aquí para decirte que tu prueba de sangre dio “Reactivo” para VIH –dijo ahora sin expresión alguna.
Aunque he leído algunas frases como “tener VIH no es sentencia de muerte” o mensajes que afirman que el tratamiento con medicamentos permite a una persona con VIH tener una vida como cualquier otra persona, sentí escalofríos. Mis manos habían dejado de sudar y, aunque el médico hablaba, yo solo escuchaba ecos dentro de ese consultorio a puerta cerrada.
-No has presentado alguna infección oportunista. En la infección por VIH existe un período de latencia en el que la persona puede pasar meses, incluso años, sin enfermarse a causa de un sistema inmunológico debilitado. Es importante que inicies tratamiento antirretroviral y te hagas exámenes de carga viral y CD4 –dijo el especialista como si fuese un libreto de alguna película o serie de Netflix.
A los pocos minutos entró una psicóloga del programa de infecciones de transmisión sexual y conversó conmigo. Gracias a sus palabras pude sentir que respiraba de nuevo. “No vas a morir de esto y puedes continuar tu vida como has venido haciéndolo hasta ahora”. “¿Cómo?, le pregunté. “Solo debes tomar una o dos pastillas todos los días de tu vida, a la misma hora, según las indicaciones del especialista”, me dijo tomándome las manos que poco a poco habían recuperado su temperatura habitual.
Entre las recomendaciones del médico y la psicóloga, aun lo recuerdo, me pidieron moderar mi ingesta alcohol y cigarrillo, y suspender cualquier uso de drogas. No tenía problemas con esto. No consumo drogas y muchos menos fumo. Bebo, pero muy poco, y solo cuando comparto con familiares o amistades.
“Debes procurar el uso del condón en todo momento. Toda persona en tratamiento alcanza un nivel indetectable que impide a la persona transmitir el VIH a otras. Y pues, al ser indetectable no vas a desarrollar enfermedades que puedan poner en riesgo tu vida. En conclusión, si sigues tu tratamiento sin interrupciones, y a eso le sumas una buena alimentación, ejercicio y descanso, podrás desarrollar una vida plena y segura. Podrás tener familia, si así lo deseas y alcanzar las metas que te has propuesto”.
Esas fueron, en resumidas cuentas, las palabras de la psicóloga que terminaron por devolverme el ritmo cardíaco. Me despedí de ambos con una nueva cita de control programada en dos días con el médico del programa de infectología que atendía a personas con VIH. Salí del consultorio, me despedí de la enfermera, quien archivaba mi carpeta en un escritorio de metal y cerraba con llave. Miré el reloj en mi muñeca. Serían las 3:00 p.m. El tiempo transcurrió sin darme cuenta, llamadas perdidas y mensajes de Whatsapp sin atender. Sin embargo, eso no me preocupaba.
A partir del 14 de mayo de 2019 me vida cambió, para mejor, y tuve que aceptarlo. Debía hacerme cargo de mi salud, por mí y por las personas que me quieren en su vida. Muchas cosas pasaban por mi cabeza, aun cuando sabía que con tratamiento tengo la oportunidad de vivir muchos años, otras dudas permanecen en mi cabeza: ¿A quién se lo digo? ¿En cuánto tiempo puedo volverme indetectable? ¿Existe riesgo de transmitir el virus a los hijos que vaya a concebir? ¿Podré seguir haciendo deporte sin problemas o inconvenientes? Siento el deseo de conocer y escribir estas respuestas y muchas otras más que, poco a poco, irán disipando el miedo ante lo desconocido.