
¿Existe algún riesgo si no soy juicioso con mi tratamiento?
22 septiembre, 2020
AID FOR AIDS Colombia y la Organización Internacional para las Migraciones unidos por la prevención del VIH y la salud de los migrantes y refugiados provenientes de Venezuela.
28 octubre, 2021Aunque expertos y científicos propusieron que toda persona recién diagnosticada recibiera sus medicamentos lo más pronto posible, yo pedí una semana para asimilarlo y comenzar tratamiento. Bueno, los días pasaron cual horas y aquí estoy.
“El efavirenz y emtricitabina/tenofovir es una terapia combinada muy eficaz que te ayudará a mantener bajo control tus niveles de carga viral hasta que seas una persona indetectable”, dijo el médico.
Las náuseas no me dejaron dormir esa primera vez. Mareos, sudoración y una que otra pesadilla resumieron esa primera noche, luego de ingerir dos pastilla: efavirenz y emtrifovir (tenofovir+emtricitabina), los fármacos combinados que hacen parte de mi terapia antirretroviral para hacerle frente al VIH en mi cuerpo. “Cada organismo lo asimila de manera distinta. Pudieses tener jaqueca o somnolencia”, dijo el especialista esa vez que recibí mi primer mes de tratamiento antirretroviral con mi proveedor de salud.
Dos frascos con treinta pastillas cada uno. El efavirenz de color naranja y el emtrifovir de color azul, ambos con tonalidades claras. Los tomé con fuerza porque sé que me ayudarán a ser una persona saludable, pero también con cierto recelo. Antes no tomaba pastillas de ningún tipo, ni siquiera vitaminas, pero ahora no tenía opción. El médico me advirtió acerca de los posibles efectos que tendrían en mi sistema las dosis en las primera dos semanas, aun así fijé las 10:00 p.m. como hora sagrada para tomar mi TARV.
Comencé con una sensación de incomodidad seguida de sudoración leve. No hubo problema al principio. Pasadas las 10:30 p.m. el cuarto comenzó a dar vueltas, como las veces que me acostaba con unos tragos encima, luego de una celebración de Cumpleaños, Navidad o Año Nuevo.
Recuerdo que al menos en tres ocasiones me levanté con nauseas terribles y caminé en dirección hacia el baño pero antes de entrar, las náuseas cesaban. También creí sentir fiebre, pero la mente me jugaba en contra, solo tuve escalofríos. El agotamiento terminó por tumbarme de nuevo sobre mi cama. Recuerdo soñar que formé parte de una película de terror recién vista esa misma tarde. Sonrío luego de recordar que el especialista me había recomendado no mirar este tipo de historias por lo menos los primeros quince días de tratamiento. No hice caso. Las horas transcurrieron y solo pedía que amaneciera más tarde para dormir más tiempo.
Apenas vi que aclaraba, afinqué mi cabeza contra la almohada en un gesto de rechazo al día que comenzaba. En mi primer intento por levantarme de la cama, el mundo literalmente dio vueltas. Volví a acostarme y arroparme. Cinco minutos después, el despertador sonó alrededor de ocho veces y la ocho veces lo apagué para continuar durmiendo.
Pedí permiso en la oficina para trabajar el primer turno desde casa y acercarme por la tarde. Los mareos continuaron hasta las 10:30 a.m. Conversé con el médico infectólogo, quien me comentó que los síntomas eran de esperarse. A medida que transcurría la jornada, los dolores en la parte baja de mi espalda me obligaban a levantarme y estirarme para soportar la presión y concentrarme.
Por momentos mi vista se nublaba y me encontraba respirando frío. Temía que el malestar de la noche se repitiese. Por fortuna, no fue así. Una o dos reuniones por zoom terminaron mi jornada matutina, alrededor de un 60% fue lo que pude retener. Agradecí tener mi libreta de apuntas y la sesión en modo de grabación.
Almorcé ligero y sin grasas, todo a la plancha. Lo último que quería era sentir náuseas o pasar gran parte de mi tarde sentado en el inodoro.
Dejé preparado el traje para la oficina el día anterior. No lustré los zapatos. Así que fui en motocicleta 15 cuadras al sur de la ciudad. Los rayos del sol pegaban en mi frente y sentía una fuerte resaca. Apenas crucé la entrada del edificio y registré mi tarjeta, uno de mis compañeras me dijo: ¿qué te pasó? ¿No dormiste o qué? Sonreí y solo respondí: mala noche con mi mujer.
Las horas transcurrieron rápido. Mis compañeros sabían que algo me ocurría pero cumplí con mis funciones a tiempo y con éxito. No hubo algún problema. Los últimos 10 minutos de jornada transcurrieron lentos, miraba las manecillas del reloj con detenimiento. Bebí una última taza y de café.
Me fui a casa, tomé una ducha y me acosté. Por recomendación del médico cené a las 7:00 p.m., me acosté y puse mi alarma a las 10:00 p.m. para tomarme la segunda dosis de mi tratamiento. No quería, mis manos temblaban y solía pedía que la experiencia fuese distinta a la primera. “Te acostumbrarás. La primera noche a veces suele ser fuerte”, dijo el infectólogo. Solo queda de mi parte confiar en él y despertar sin resaca mañana.